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Pablo Auladell - La feria abandonada

Pablo Auladell

Eso sí, ya en aquel primer balbuceo, el proyecto tenía nombre: La feria abandonada. En mi caso, siempre es el título lo primero que se me ocurre, lo primero que debe aparecer para comenzar a trabajar con criterio, pues lo que no tiene nombre no existe.

Me decidí por fin a comenzarlo harto de la mala calidad de los textos pretendidamente poéticos que las editoriales me encargaban ilustrar. Hasta ese momento, sólo había escrito los textos en mis cómics, pero nunca en mis libros ilustrados. Tenía la idea y el esquema básico del libro y algunos textos escritos, pero decidí apoyarme en dos viejos amigos, el periodista Rafa Burgos y el poeta Julián López Medina, porque pensé que una variedad en el estilo de los textos enriquecería el proyecto.

Les proporcioné un primer esqueleto del libro y les di unas cuantas instrucciones sobre las características que debían tener los textos. Comenzaron a enviarme lo que iban escribiendo y yo lo sancionaba y seleccionaba rigurosamente, atento a la música del libro, a las demandas que el propio libro exigía como un animal autónomo y misterioso.

Mientras, iba dibujando las ilustraciones. El mayor trabajo fue construir y perfeccionar una técnica adecuada para lo que yo quería: unas imágenes mediterráneas, minerales, con textura de mural, con una imaginería basada en la pintura española y en las fiestas populares de España, y no en freak shows de referencia más anglosajona.

La feria abandonada
La feria abandonada

Así, durante un año, anduvimos armando y deasarmando, construyendo y demoliendo y encajando las piezas de este sudoku de la melancolía, este libro muy de cuarentones donde creo que ha quedado recogido mi imaginario de estos últimos años y que expresa el principal sentimiento que me ha acompañado durante este tiempo: la convicción de estar asistiendo al desmoronamiento de un mundo, a la desaparición de muchas cosas que siempre consideré a salvo.

Estoy convencido de que fue un acierto colaborar con Rafa y con Julián en lugar de escribir yo todos los textos. Así, el libro ha ganado en matices: los textos de Julián López Medina son más filosóficos, conceptuales, agudos; los míos son fundamentalmente líricos; y los de Rafa Burgos tienen un tono más directo y se refieren a cosas muy concretas, reconocibles y cotidianas. Me parecen ahora remotísimas, casi irreales, las mañanas en mi mesa de trabajo, dibujando todo esto con un entusiasmo suicida y herramientas muy sencillas (un grafito, unos cuantos colores pastel y algo para rascar y esculpir el carboncillo).

Bob Dylan dice que, cuando escucha sus canciones, le parecen hechas por otra persona. Y algo así siento yo ahora al ver todas esas ilustraciones y esos textos limpios y bien peinados dentro de su cajita analógica y portátil, listos para comulgar, o no, con ustedes. Quedan atrás decenas de dibujos fracasados, textos que no encontraron su lugar, negociaciones con editores y algún disgusto.

Y ya hace tiempo que yo, al menos, me encuentro trabajando en otras historias, de modo que el libro ha acabado pareciéndose a sí mismo y es, lo han adivinado, otra feria abandonada.

La feria abandonada