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El vuelo de Otar

Guzmán Urrero

Hay libros infantiles que parecen ideados para contentar a un bibliófilo. Otar pertenece a esa rara categoría.Dieciocho láminas –organizadas y acopladas con un gusto exquisito– bastan y sobran para descubrirnos a una artista muy próxima al universo creativo de Dave McKean.Aves en vuelo, aves manchadas por la contaminación, aves que atraviesan las dimensiones, buscan las alturas y adoptan el plumaje de otra especie: eso es, amigos, lo que nos aguarda en este librito encantador.Muchas veces –quizá demasiadas– buscamos en los álbumes ilustrados la lógica de una fábula. Pero el planteamiento, el nudo y el desenlace son lo de menos en Otar. Aquí lo que cuenta es la belleza de las imágenes, la fuerza evocadora del color y el juego incesante de la tipografía.

¿Una trama? Faltaría más: por supuesto que la hay. El protagonista es un ganso cuyo ímpetu en el vuelo le lleva a chocar con una lámpara. Su accidente le precipita hacia otro plano de la realidad: una ciudad de color gris, donde su planeo de ave migratoria se acomoda a las estrecheces del espacio urbano.Vaya por dónde, el ganso es ahora una paloma común. Pero esta reencarnación tampoco le satisface. De hecho, ambiciona elevarse hasta lo más alto, como cuando sobrevolaba las nubes en pos de la línea del horizonte. Y por eso sube a la suite de un rascacielos y se acomoda en ese distante mirador.No es el último avatar del ganso. Ya no hay posibilidad de freno y marcha atrás: cuando el mundo vuelve a quedársele pequeño, experimenta otra metamorfosis. Entonces, su vuelo se aligera, empequeñece su cuerpo y en el pecho le brota plumón encarnado. Es ahora un petirrojo: ese pajarillo que ahora canta sobre el hombro de una joven que le mira sonriente.

Ya ven que Kaatje Vermeire nos regala un billete de ida y vuelta para un viaje sorprendente. Pero ojo, porque se trata de un libro peculiar y exclusivo, con esa delicadeza y esa aspiración artística que uno agradece en estos tiempos de edición masiva e industrial.