Evviva la giovinezza!
Octubre 21 2020
Regina López Muñoz
Hablo, claro, de Cheese, la ópera prima de la jovencísima y talentosísima Giulia Spagnulo, alias Zuzu (Salerno, 1996). Y quiero destacar el factor juventud en primer lugar porque creo que no seré la única en partir de un bobo prejuicio; sin embargo, más allá del desafío profesional —que procederé a desglosar a continuación—, en Cheese encontré un cómic fresco, sincero, hondo y actual sobre la amistad; una obra de arte —dibujada y narrada con sorprendente madurez— en la que van devanándose las expectativas, las dudas y los fantasmas de tres chicos de instituto, Zuzu, Riccardo y Dario. ¿Acaso existe algo más universal? De un plumazo, dejaba de sentirme una matusalén.
La historia se construye de manera lineal a partir de cuadros cotidianos, empleando elipsis y pequeños saltos temporales. Entre brinco y brinco, aparecen unos interludios más visuales que textuales donde los silencios son tan importantes como las ideas y palabras sueltas que va esparciendo Zuzu cual miguitas de pan en medio del bosque tenebroso que es la bulimia, y que me exigió una atención extra y una delicadeza especial. Ocurre también, y más de una vez, que los episodios arrancan in media res, como si la cámara llegara tarde (o, mejor dicho, unos segundos antes de tiempo, antes de que arranque la acción que de veras le interesa a Zuzu para su capítulo), con una conversación ya iniciada y el consiguiente desconcierto inicial para quien lee/traduce. Afortunadamente, cuando me veía un poco perdida podía contar con la ayuda de la autora, que desde el principio se mostró dispuesta a echarme una mano si lo necesitaba y esclareció todas mis dudas. (Qué fácil resulta localizar autores vivos y jóvenes en redes sociales…)
Mencionaba antes «la cámara», y el símil no es casual, pues en Cheese el cine es importante: la primerísima página del libro arranca en una sala de cine (con la desasosegante escena de cama de La vida de Adèle), y la autora disemina a lo largo del libro varios guiños cinematográficos. Por ejemplo, en una conversación brevísima y absurda que mantienen Zuzu y Dario, tan absurda que ni por un momento se me pasó por la cabeza traducirla tirando de literalidad. Escarbando un poco, me encontré con que efectivamente no era un diálogo espontáneo, sino que pertenecía a una escena de El jovencito Frankenstein, en su versión doblada al italiano. ¡Qué bien, una excusa para volver a verla y tomar nota del diálogo equivalente en castellano!
Otro caso cinematográfico: la viñeta en la que Zuzu escribe en un espejo con su barra de labios: «Si soy desgraciada, soy responsable», que no es ni más ni menos que una frase de Anna Karina en Vivir su vida. Una alusión cinéfila que sí necesité consultar con la autora: dice el personaje de Riccardo en un momento dado, para explicar que se ha quedado en blanco durante un examen, que tiene il buio oltre la siepe, «la oscuridad más allá del seto». ¿Chascarrillo, expresión acuñada? No; así se titulan en italiano la novela y la película Matar a un ruiseñor. ¿Hablaba Ricca’ de un examen de literatura, de una asignatura de cine? Tampoco. Sencillamente, se trataba de una broma privada entre Zuzu y sus amigos en la vida real, por lo que la propia autora me animó a «sacrificar» el sentido literal y un posible juego de palabras en aras del sentido y la claridad.
A propósito de bromas privadas y códigos internos, cabe señalar que las conversaciones de los protagonistas están plagadas de expresiones coloquiales y vulgares, que cumplen la necesaria función de caracterizar de un modo muy claro a los personajes. Pocas veces me he encontrado con tantos cazzo por página. Hasta les da por rebautizar el pueblo al que se dirigen en su aventura, que de Brentonico pasa a ser Brentopollas (aunque reconozco que «Brentonabo» pujó fuerte hasta el final).
Otros retos que me encontré fueron un calambur en el que jugó a mi favor la proximidad entre el italiano y el español, un par de chistes sobre Mussolini, y un rap horroroso que al ser traducido debía sonar igual de malo, lo que en contra de lo que pudiera parecer me dio doble trabajo: el de intentar hacerlo sonar aceptable, primero, y la labor de deconstrucción posterior.
Por último, no me gustaría dejar de mencionar cómo recibí el encargo, y es que la editorial Barbara Fiore, con la que yo nunca había colaborado, consideró oportuno que fuera la más reciente traductora de Gipi quien se ocupase de verter al castellano a una autora novel discípula del mítico historietista. Es de agradecer que los editores tengan en cuenta estos detalles, y confío en que esta «afinidad de caracteres» haya quedado patente en la edición española de Cheese y que, como me pasó a mí, sus lectores se sientan rejuvenecer.