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999 hermanas ranas

Guzmán Urrero

Japón es un paraíso para los amantes de la literatura infantil. Y no sólo por los elevados índices de lectura de ese país, que sostienen una saludable producción editorial.

A diferencia de lo que sucede en otras latitudes, allí los clásicos resisten el paso de las modas. De ahí que, en una librería japonesa, uno pueda darse el gusto de encontrar –por citar dos ejemplos– toda la serie que Margret y H.A. Rey dedicaron a Curious George junto a una reedición de My Father’s Dragon (1948), de Ruth S. Garnett.Lo mismo vale si hablamos de autores locales.

Para un lector a la vieja usanza, no hay dificultades a la hora de adquirir antiguos álbumes de Satoshi Kako, de Rieko Nakagawa o de Akiko Hayashi –acaso la mejor ilustradora del archipiélago–, y ello pese a la presencia abrumadora de libros originados por franquicias televisivas.En ese contexto hay que situar 999 hermanas ranas se mudan de charca, un relato tan simpático y convincente como sus personajes. Uno de esos álbumes modestos que deparan mayores sorpresas que libros infantiles mucho más pretenciosos.

999 hermanas ranas se mudan de charca

Y hablando de encanto, buena parte del mérito se debe al ilustrador, Yasunari Murakami, que aquí demuestra por qué un estilo expresivo y vibrante no precisa rarezas o extravagancias.

La claridad, la apuesta por los colores planos y la gracia de un diseño limpio y personal bastan para que cada una de sus láminas esté llena de vida.

Con la levedad, ligereza y ritmo que un buen cuento exige, Ken Kimura conquista a los pequeños lectores, y logra que esa numerosísima familia de ranas que protagoniza el libro –todas ellas resueltas a encontrar un nuevo estanque– encarne sentimientos como la generosidad, la valentía y la solidaridad.

Para que no falte emoción, cada episodio incluye el presagio de una catástrofe –la víbora que arrastran las ranitas más forzudas, el milano hambriento que se cierne sobre ellas–, y sin embargo, la suerte premia a estos personajes tan emprendedores.

Al fin y al cabo, la unión hace la fuerza.

Y aunque quizá esa moraleja no sea la única que merece este cuento, viene a ser la que mejor resume esta aventura tierna y desenfadada.