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El espejo de los niños

Nuria Barros

Se abre el álbum y aparece un estilizado pato que gira la cabeza para observar al sonriente esqueleto que, con un guardapolvo de cuadros y un tulipán en la mano, lo contempla sonriente. Solo unas flores secas se levantan sobre el fondo, de un blanco hueso. “Desde hacía tiempo, el pato notaba algo extraño. ‘¿Quién eres? ¿Por qué me sigues tan de cerca y sin hacer ruido?’ La muerte le contestó: ‘Me alegro de que por fin me hayas visto. Soy la muerte’. El pato se asustó. Quién no lo habría hecho. ‘¿Ya vienes a buscarme?”. En solo 15 páginas, con un texto brevísimo y dos personajes de tonos ocres que se alzan sobre el fondo vacío o sobre una mancha de color, el escritor e ilustrador alemán Wolf Erlbruch creó El pato y la muerte, uno de los álbumes ilustrados más hermosos y poéticos que existen sobre la muerte.


El pato y la muerte es un libro aparentemente para niños y, sin embargo, habla de lo más complejo de la forma más inteligente, que es siempre la más sencilla. Publicado en 2007, se ha convertido ya en un clásico, citado por lectores, ilustradores, libreros y editores. Sin moraleja ni moralina ni intenciones didácticas, El pato y la muerte representa un fenómeno cada vez más visible: los álbumes ilustrados han salido del dormitorio de los niños para instalarse en el de los mayores. Ajenos a los habituales temas infantiles bienintencionados y simplones, hablan del mundo en que vivimos y que a veces no vemos. Con su gran tamaño, ilustraciones sorprendentes y textos muy breves y, a veces, inexistentes, los álbumes ilustrados se alzan poderosos frente a las tabletas de bolsillo y el libro digital. Han saltado la barrera de la edad, la barrera de los géneros y la barrera de los números. Sus ventas superan, a menudo, los cien mil ejemplares. Su excelente acogida en Latinoamérica equivale además a un pulmón de oxígeno para las editoriales. En estos tiempos de penumbra, eso es lo más parecido a un pequeño milagro.

Una de las editoriales emblemáticas de este fenómeno es Barbara Fiore, que, en poco más de diez años, ha creado un excelente catálogo con autores como Shaun Tan, Wolf Erlbruch, Jimmy Liao y Suzy Lee. “Nosotros no editamos libros infantiles al uso; editamos libros ilustrados que pueden ser disfrutados por cualquier persona que tenga sensibilidad. Los niños, por naturaleza, la tienen. Algunos adultos, también”, afirma Francisco Delgado Flores.

El éxito de sus álbumes se basa en una concepción distinta del niño, una concepción distinta del adulto y una concepción distinta de la lectura.
¿Qué puede ser más exigente que escribir para un niño?, se preguntó la ilustradora y escritora argentina Isol cuando recibió este año el Premio Memorial Astrid Lindgren. “La mirada de un niño puede ser profundamente perturbadora. Tal vez sea porque ellos tienen esa manera de aceptar el mundo como se presenta, pues saben que no pueden controlarlo. Quienes piensan que el mundo de los niños es simple y que por eso hacer libros para ellos es fácil han olvidado mucho. Casi todo”, dice Socorro Venegas, de FCE, desde la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

El inteligente, poético y divertido Erlbruch se dirige a los lectores, sean de la edad que sean, con una misma filosofía: “Somos pequeños seres haciendo preguntas difíciles sobre nuestra pequeña existencia. Los niños ven el mundo como es y lo entienden igual que nosotros lo entendemos; es decir, no mucho. Para tomar conciencia de que el niño no vive en un mundo de algodón rodeado de ositos, para comprobar cuánto nos parecemos, hace falta crecer”, asegura. Son los adultos y no los niños quienes deben hacerlo. Y para crecer han de librarse de prejuicios tan asentados como que los libros con ilustraciones forman parte de un subgénero literario y están dirigidos a aquellos a quienes les cuesta o no les gusta leer.

Los ilustradores, principales artífices del libro-álbum, son los primeros en despreciar las etiquetas. Para el australiano Shaun Tan, autor de Emigrantes, La cosa perdida o El árbol rojo, la identificación del álbum ilustrado con la literatura infantil es una mera convención, producto del marketing y, de nuevo, los prejuicios. “No hay ningún motivo por el que una historia ilustrada de 32 páginas no pueda tener el mismo atractivo para los adolescentes y para los adultos que el que tiene para los niños. Otros medios visuales como el cine, la televisión, la pintura o la escultura no están sujetos a preconcepciones que restrinjan su público potencial. ¿Por qué tiene que ser así con los álbumes ilustrados? El arte y la literatura son tan interesantes porque nos animan a hacernos preguntas sobre lo que ya sabemos. Se trata de devolvernos, especialmente a los lectores adultos, a un estado de falta de familiaridad. Para eso son buenos los álbumes, para continuar esa investigación lúdica que empezamos durante la infancia y que consiste en utilizar la imaginación para encontrar un sentido a experiencias rutinarias del día a día que, de lo contrario, pasarían desapercibidas”.


Las cosas están cambiando. Aunque quizá los prejuicios, como la energía, no se destruyen, tan solo se transforman.

“Vivimos en una cultura muy visual”, afirma Violante Krahe, de Edelvives. “Hay muchos adultos fascinados con la animación, los videojuegos, las series de televisión, la publicidad… Y con los álbumes ilustrados. Yo creo que la nueva relación de los adultos con estos libros se entiende en ambos sentidos. Los mayores tienen menos prejuicios para acercarse a manifestaciones culturales que generalmente se asocian con la infancia. Y, por otra parte, numerosos álbumes ilustrados, bajo una historia aparentemente sencilla, sugieren lecturas complejas. Hay en ellos un cruce de lenguajes muy interesante con guiños al cine, a la publicidad, a la animación…”.

Sus autores hablan de la soledad, el amor, el terror, la violencia, el abandono, los deseos insatisfechos… Por ese camino ya anduvo Max en Donde viven los monstruos, de Maurice Sendak.

Edelvives, que ha recibido este año el Premio Internacional al Álbum Ilustrado por El barco volante y los personajes estrafalarios, es la editorial de Princesas, de Rébecca Dautremer, su álbum más vendido, con más de 150.000 ejemplares. Lola Larumbe, de la madrileña librería Alberti, aún recuerda lo que supuso ese libro. “Para nosotros fue el álbum que inauguró el fenómeno: lo compraban adultos pensando en sus hijos y luego pensando en ellos. Yo creo que existe una nueva sensibilidad hacia una forma de hacer, un gusto por el libro bien hecho. Los artistas contemporáneos se expresan en libros infantiles y juveniles, y un libro en papel no es lo mismo que en la tableta, la magia es distinta, la experiencia es diferente. Los álbumes y los libros ilustrados te machacan la geometría de las mesas y las estanterías, pero tienen que estar con sus semejantes: la buena literatura”.

Los álbumes ilustrados que entran y salen del dormitorio de los pequeños y de los mayores son, como todos los milagros, inclasificables. FCE, que cuenta en su catálogo a autoras como Leonora Carrington, ha creado una nueva colección para albergar estos álbumes: los especiales de A la orilla del viento. “Son una especie de híbrido, como Max Ernst, el hombre pájaro. El lector para el que hacemos estos libros es aquel capaz de mirar como lo hacen los niños, con profunda e inacabable curiosidad, con esa impunidad con la que tiran un libro si no logra atraparlos, sin que les importe el prestigio de su autor”, declara Socorro Venegas.

Además de trabajar con un concepto distinto del niño y del adulto, estos libros especiales reinventan nuevas formas de lectura, con un claro dominio de lo visual y sensorial. Se lee con los sentidos. Los libros huelen y se acarician. Abrirlos conlleva una aventura hacia lo desconocido: otro lenguaje, nuevas emociones, una experiencia distinta de la belleza. Extrañeza, asombro, placer.

Javier Zabala, Premio Nacional de Ilustración entre otros galardones, acaba de publicar El pájaro enjaulado, basado en un breve extracto de una de las cartas que escribió Vincent van Gogh a su hermano Teo. “Un pájaro enjaulado en primavera sabe muy bien que hay algo para lo que serviría. Siente con fuerza que debe hacer algo, pero no puede”, así comienza el libro, del que hizo hasta tres versiones durante cuatro años. Un álbum bellísimo en el que Zabala evita los guiños gráficos a Van Gogh, pero no duda en jugar con Paul Klee. “Por ahí van los derroteros de la ilustración: hacer libros esenciales, universales, tanto para niños como para adultos. Yo no creo en las fronteras. La diferencia de la ilustración con la pintura no es de técnica ni de libertad creativa, sino que se halla en la carga narrativa. Yo parto de una falta de respeto al texto bien entendida, sin traicionarlo ni pisarlo, pero me gusta que el dibujo me lleve por otros derroteros y que sea el lector quien dé la última pincelada”.

El arte se basa en la transgresión, en el desprecio a las convenciones, en la subversión de lo establecido. Ver las cosas desde puntos de vista inusuales, cuestionar lo cotidiano. Los que aún no lo han hecho, deberían explorar el espacio dedicado a los niños y jóvenes en las librerías y las bibliotecas. Dar ese paso no es muy distinto al que dio Alicia cuando pasó al otro lado del espejo.